Los pobres cazadores de perlas bajan muy profundo en el mar. Aguantan la respiración mucho tiempo y sufren. Pero son muy pocos los que pueden aguantar tanto, y cuando salen echan sangre por la nariz y los oídos. Durante ese tiempo, se apresuran a meter en una pequeña red todas las ostras que pueden arrancar. Pero generalmente estos pescadores no llegan a viejos. Su vista se debilita y sus ojos y sus cuerpos bajo el agua. Es un triste oficio, y tanto más cuanto que sólo sirve para que unos poco puedan llevar perlas. Les pagan muy poco sus jefes que se hacen ricos gracias a ellos.